Si bien su lugar en la memoria histórica ha quedado bastante por detrás del Cordobazo de 1969, el Viborazo constituyó sin dudas uno de los acontecimientos más destacados de la historia del combativo movimiento obrero cordobés y argentino. No solo por las consecuencias políticas que generó, provocando la caída del gobierno de Roberto M. Levingston y el repliegue de la dictadura instaurada en 1966, sino especialmente porque puso en evidencia el extraordinario avance que había tenido el proceso de radicalización obrera en tan solo dos años.
La «Turín argentina»
En junio de 1966, un golpe militar liderado por el general Juan Carlos Onganía había instaurado una nueva dictadura. La autodenominada «Revolución Argentina» se propuso el ambicioso objetivo de cerrar la crisis de hegemonía que atravesaba el país y consolidar un modelo de acumulación comandado por el gran capital industrial trasnacionalizado. Pero los logros iniciales del onganiato trocarían en un estruendoso fracaso con la irrupción de una oleada de rebeliones obreras, estudiantiles y populares en las ciudades del interior en mayo de 1969.
El Cordobazo constituyó el punto más alto del llamado «mayo argentino». Segundo centro industrial del país producto de la radicación allí de varias automotrices extranjeras desde mediados de los 50, la ciudad de Córdoba combinaba un poderoso y políticamente heterogéneo movimiento sindical con una activa militancia estudiantil universitaria.
El 29 de mayo del 69, el paro general activo con movilización convocado por el movimiento obrero cordobés —por entonces dividido entre la combativa CGT de los Argentinos y la negociadora CGT Azopardo— logró articular y sintetizar los múltiples conflictos sindicales, estudiantiles y democráticos que atravesaban la provincia. La caída de la primera víctima de la represión policial, Máximo Mena, terminó por transformar la medida en una rebelión popular generalizada que desbordó todas las expectativas y solo pudo ser sofocada con la intervención del Ejército.
Herido de muerte, a partir de entonces el gobierno de Onganía se batió en retirada, en medio de la ofensiva popular y la agudización de las disputas dentro de las clases dominantes. En este marco, la asunción de Levingston en junio de 1970 implicaría un frágil intento por posponer la apertura política y rehabilitar una «Revolución» que tenía cada vez menos apoyos. Al mismo tiempo, el justicialismo y el radicalismo lanzaron La Hora del Pueblo, exigiendo elecciones y otras fuerzas de centro e izquierda moderada organizaron el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA).
Pero el significado histórico del Cordobazo fue mucho más allá. El pueblo combatiendo en las calles bajo la dirección de los trabajadores inauguró una nueva etapa de las confrontaciones sociales en la Argentina, caracterizada por la agudización de la lucha de clases, la irrupción de la acción directa de masas y una acelerada radicalización política. Proceso que fue acompañado por el crecimiento de las nuevas organizaciones de la izquierda revolucionaria marxista y peronista y la generalización de las acciones de las organizaciones armadas.
En pocos sitios esta radicalización se mostró con tanta fuerza como en el movimiento obrero de Córdoba. Con epicentro en SITRAC-SITRAM, el año 1970 vio la irrupción de la nueva corriente sindical clasista, identificada con la democracia sindical, una intransigente combatividad y la recuperación de los postulados de la lucha de clases y el socialismo. En el SMATA cordobés, una oleada de ocupaciones fabriles con dispositivos de autodefensa y rehenes estremeció la provincia y selló la caída de Elpidio Torres, el «Vandor cordobés», quien tuvo que renunciar a la conducción de la reunificada CGT regional y al sindicato mecánico.
Las tres corrientes tradicionales del sindicalismo cordobés iniciaron un reacomodamiento. Bajo el liderazgo de Atilio López (UTA), el peronismo legalista fue virando desde el vandorismo hacia el «peronismo combativo». Los independientes, encabezados por Agustín Tosco (Luz y Fuerza), se incorporaron al Movimiento Nacional Intersindical (MNI) y comenzaron a dar forma al llamado «sindicalismo de liberación». Y el peronismo ortodoxo, comandado por entonces por Alfredo Martini (UOM), pasó de la CGTA a ubicarse bajo el ala verticalista impulsada por Rucci desde la CGT Nacional.
Dichos realineamientos abrieron una crisis en la CGT Córdoba. Con la renuncia de Torres, en septiembre de 1970, la central quedó acéfala y con un menguado secretariado controlado frágilmente por los ortodoxos. En los meses siguientes funcionaría sobre la base del plenario de gremios, mientras se iba reconstituyendo la alianza entre los sectores liderados por López y Tosco. La crisis dio la oportunidad para que SITRAC-SITRAM se convirtieran, por primera vez, en el epicentro del movimiento obrero cordobés, cuestionando vehementemente el impasse cegetista y rozando por momentos el «paralelismo sindical».
En enero de 1971, ante el despido de varios de sus dirigentes, los obreros de Concord protagonizaron una triunfante toma de fábrica que torció el brazo a la empresa y el gobierno y dio proyección nacional a quienes ya todos conocían como «los clasistas».
Leña al fuego
A inicios de 1971, la reapertura de las negociaciones paritarias dio paso a una serie de conflictos en varios gremios de Córdoba: SITRAC-SITRAM, SMATA, empleados públicos, judiciales y no docentes de la UNC. Al mismo tiempo, los estudiantes universitarios obtenían un gran triunfo al lograr la anulación de los cursos de ingreso obligatorios. En ese marco, el plenario de gremios de la CGT cordobesa resolvió formar una Comisión de Lucha con los sindicatos en conflicto y dispuso un paro general activo para el 3 de marzo.
El día anterior a la medida, Levingston nombró como nuevo gobernador a José Camilo Uriburu. Hombre de la élite tradicional de Córdoba, exsenador conservador, ferviente católico y acérrimo anticomunista, era también el sobrino segundo del cabecilla del golpe del 30. Asumiendo sin ambages las tesis que hablaban de un plan subversivo nacional con epicentro en Córdoba, el nuevo interventor federal se lanzó a una suerte de «Cruzada» contra todo lo que veía como síntomas de infiltración comunista. El 7 de marzo, en el acto de clausura de la Fiesta Nacional del Trigo, en la localidad de Leones, Uriburu pronunció un discurso que quedaría en la historia: anunció allí que se proponía «cortar de un solo tajo» la cabeza de la «venenosa serpiente» que anidaba en la provincia [1].
El pueblo cordobés recibió a Uriburu con una mezcla de sorna y desprecio, captando de inmediato que la mentada víbora no era otra cosa que el poderoso movimiento obrero y estudiantil local, especialmente su ala más radicalizada. El 3 de marzo, cumpliendo el paro provincial, más de 10 mil personas se reunieron en la Plaza Vélez Sarsfield, donde tomaron la palabra representantes de los sindicatos en conflicto.
Tosco, uno de los dirigentes más respetados, abogó por la unidad de acción contra la dictadura. En nombre del SITRAC, Gregorio Flores defendió la independencia política de la clase obrera, la lucha armada y el socialismo, al tiempo que fustigó a la CGT Nacional, la Hora del Pueblo y el ENA [2]. Al finalizar la concentración, una nutrida columna se dirigió a la Cárcel de Encausados donde, desde las ventanas enrejadas, hablaron los presos políticos de las organizaciones revolucionarias marxistas y peronistas.
Días después, el plenario de gremios de la CGT Córdoba amplió la composición de la Comisión de Lucha para integrar a referentes de todos los sectores del movimiento obrero local. Inmediatamente, el organismo obrero repudió el contenido «reaccionario, aristocratizante y sectario» del discurso de Uriburu y se comprometió a continuar la lucha [3].
El Ferreyrazo
El debate acerca de las próximas medidas a tomar abrió las primeras fisuras en la Comisión de Lucha. Legalistas, independientes y ortodoxos coincidieron en la propuesta de realizar una jornada de ocupaciones simultáneas de los lugares de trabajo durante cuatro horas, a lo que los delegados de SITRAC-SITRAM contrapusieron un paro activo con movilización al centro.
El argumento de estos últimos era sólido: si se avisaba de las tomas con anticipación, no se podría tomar rehenes, lo que facilitaría una represión que, sin dudas, comenzaría por Fiat [4]. Viéndose en minoría, los clasistas optaron por actuar por su propia cuenta y retirarse de la Comisión, que quedó bajo el liderazgo de Tosco y López, y con los ortodoxos cada vez más incómodos.
Como señaló por entonces la revista Pasado y Presente, la polémica desbordaba las cuestiones tácticas: «Para los miembros de la Comisión se trataba de crear un hecho político vinculado a la proximidad del Golpe de Estado, para poder, de ese modo, negociar en mejores condiciones con los nuevos gobernantes. […] Para S-S las movilizaciones obreras debían profundizar la conciencia de las masas, guiados por objetivos políticos que hicieran irreductible el movimiento a cualquier variante política de las clases dominantes» [5]. No fue casualidad que, por esos días, mientras los sindicalistas peronistas reivindicaban La Hora del Pueblo y Tosco aparecía como una de las principales figuras del ENA, los sindicatos de Fiat aprobaran la famosa consigna «Ni golpe ni elección, revolución».
De este modo, a impulso de la Comisión de Lucha y ante el espanto de las entidades empresariales de Córdoba y del gobierno, el 12 de marzo más de un centenar de fábricas, reparticiones públicas, comercios, diarios y hospitales fueron ocupados por sus trabajadores. Los estudiantes, por su parte, tomaron el Hospital de Clínicas. Salvo en Luz y Fuerza, donde se retuvieron rehenes, las tomas fueron pacíficas y en gran medida simbólicas y, tal cual lo previsto, a las dos de la tarde se dieron por terminadas.
Pero el plan de ocupaciones se vio opacado por los acontecimientos producidos en los barrios de Ferreyra y Nicolás Avellaneda, circundantes a las plantas de Fiat [6]. La noticia de la detención del padre Ángel Giacaglia —un sacerdote tercermundista solidario con los obreros— por «incitación a la violencia» transformó el acto convocado por SITRAC-SITRAM en una manifestación de repudio, con miles de obreros, estudiantes y vecinos montando barricadas. Liberado el cura, comenzaron los enfrentamientos contra la represión policial. El asesinato de Adolfo Ángel Cepeda, un obrero de 18 años que trabajaba en la firma Póster Cemento y vivía en el barrio, terminó de desatar la furia popular, prolongando los combates hasta entrada la noche, en lo que sería conocido como el Ferreyrazo.
El velatorio y entierro del obrero caído se convirtieron en multitudinarias manifestaciones, con más de 6 mil personas acompañando el féretro hasta el Cementerio San Vicente, donde hablaron Giacaglia, José Páez por el SITRAC y Raúl Suffi por el SITRAM. El 13, un nuevo plenario de gremios repudió la represión, rindió homenaje a Cepeda y condenó la «pasividad cómplice» de la CGT nacional. Con un gran esfuerzo de Tosco para mantener la unidad de acción entre todos los sectores, se resolvió por unanimidad dar continuidad al plan de lucha y llamar a un nuevo paro activo con movilización y acto en el centro para el 15 de marzo.
El Viborazo
A las 10 de la mañana del lunes 15 de marzo, fábricas, transportes, reparticiones estatales y comercios detuvieron sus actividades al unísono, y desde todos los puntos cardinales las columnas comenzaron a marchar hacia el casco céntrico montando barricadas a su paso [7]. Por su masividad y combatividad, se destacaron las de Fiat, IKA-Renault, Empleados Públicos, IME, Luz y Fuerza y Ferroviarios.
La intensa pugna que venía atravesando al movimiento obrero cordobés en los últimos meses y la existencia de varios centros de comando en simultáneo se expresó entonces en los desacuerdos organizativos de la jornada [8]. Los ortodoxos directamente le quitaron el cuerpo a la medida. Luz y Fuerza decidió, por su propia cuenta, ocupar la central eléctrica y el barrio de Villa Revol. Y cuando hacia el mediodía unas 12 mil personas se congregaron en la Plaza Vélez Sarsfield, se encontraron con que las autoridades cegetistas ni siquiera habían garantizado un equipo de sonido.
En esas condiciones, los dirigentes de SITRAC-SITRAM asumieron la dirección del acto. A viva voz, hablaron los Secretarios Generales de ambos sindicatos, Carlos Masera y Florencio Díaz, repudiando a la dictadura y los planes de recambio golpista, cuestionando a la CGT regional y nacional y pronunciándose por el socialismo. Tras esto, se desató una guerra de consignas y cánticos entre los distintos grupos presentes, mientras los dirigentes obreros y fuerzas políticas polemizaban entre transformar el acto en una asamblea popular o marchar a los barrios. En medio de la confusión, la concentración se disgregó de hecho, y varias columnas se encaminaron a ocupar distintas zonas de la ciudad y los barrios circundantes.
El área de combate se extendió por 600 manzanas, el cuádruple que en 1969. La destrucción también alcanzó mayores proporciones, abarcando cientos de comercios, edificios gubernamentales, empresas extranjeras y varios bancos. En los barrios fueron saqueados dos grandes supermercados, repartiendo su mercadería entre los vecinos. Por la noche, según ilustró un diario local, «un espectáculo sobrecogedor daba un tono señaladamente lúgubre a la ciudad: infinidad de fogatas humeantes se elevaban por los más distintos sectores, reemplazando a los eventuales apagones que habían dejado en la oscuridad varios barrios» [9].
Integrados a la multitud, todos los grupos de la izquierda revolucionaria participaron activamente en los hechos, y las organizaciones armadas —especialmente el ERP y las FAP— operaron por primera vez en el marco de una protesta de masas.
Luego del mediodía, la policía provincial se lanzó a desarmar las barricadas y disolver a los manifestantes, inundando la ciudad de gases lacrimógenos y produciendo múltiples enfrentamientos. Más tarde, el propio Levingston acusaría a Lanusse de haber postergado la intervención del ejército con el fin de usarlo en su contra. Por la noche, con un violento operativo rastrillo en el Barrio Clínicas, entró en acción la nueva Brigada Antiguerrillera de la Policía Federal al mando del Inspector Villar. El saldo de la jornada fueron más de 300 detenidos, una veintena de heridos y un nuevo muerto: Pablo Javier Basualdo, ordenanza del colegio Manuel Belgrano.
Durante los días siguientes continuaron las detenciones, fueron intervenidos varios sindicatos —entre ellos SITRAC-SITRAM— y se modificó el Código Penal para ampliar la pena de muerte. Córdoba fue declarada Zona de Emergencia y, al mando de López Aufranc, se desplegó un colosal operativo bélico en la ciudad y las zonas fabriles de la periferia. Pero ni aún así se logró impedir que los sindicatos de Córdoba, desde la clandestinidad, continuaran con las medidas de fuerza.
A pesar de sus diatribas, Uriburu no resistió el embate y, a escasas dos semanas de haber asumido, tuvo que presentar su renuncia. Pocos días después lo seguiría Levingston. Su reemplazante, Lanusse, registrando lo que había mostrado el Viborazo, sería el encargado de operativizar el proceso de retirada de la «Revolución Argentina»: «los idus subversivos de marzo deben ser rápidamente desalentados —afirmó un vocero oficial— para evitar que los vientos de furia contagien, como una peste, a todo el país», sintetizó la revista Siete Días [10].
El segundo Cordobazo
En ocasiones interpretado meramente como una versión devaluada de mayo del 69, el Viborazo ocupa por derecho propio un lugar destacado en la historia del movimiento obrero cordobés y las luchas populares en la Argentina de los años 70.
Sus diferencias con el primer Cordobazo fueron considerables, desde ya, empezando por el hecho de que la coyuntura política era otra: la «Revolución Argentina» se encontraba en declive, no existía una oleada de estallidos sociales en el interior semejante a la de 1969, y la CGT nacional reunificada eludió todo respaldo a los cordobeses. También, el sindicalismo local mostró una mayor fragmentación, relacionada con la crisis cegetista y los realineamientos políticos y sindicales en curso, y las modalidades de enfrentamiento fueron de una mayor extensión y violencia.
Pero, junto con esto, el segundo Cordobazo tuvo un componente esencial: su mayor radicalidad política. A esto contribuyó sin dudas el rol protagónico jugado por el SITRAC-SITRAM clasista, que desde el Ferreyrazo marcó la tónica de los acontecimientos. El rol dirigente y las palabras de sus líderes en el acto del 15 de marzo, con explícitos postulados revolucionarios y anticapitalistas, mostraron hasta qué punto había cambiado el escenario sindical y político cordobés en menos de dos años. Y lo mismo se puede decir de la activa intervención que las organizaciones políticas revolucionarias tuvieron en los hechos.
En marzo de 1971, una vez más, la clase obrera de Córdoba mostró su extraordinaria potencia y su capacidad de incidir decisivamente en el escenario político nacional. La nueva coyuntura que se abría traería nuevos problemas y debates, pero, por lo pronto, algo quedaba en claro: la víbora cordobesa había salido más que airosa del desafío. Y aún gozaba de buena salud.
Notas
[1] «Uriburu: ‘Siniestra organización antiargentina eligió a Córdoba como epicentro de la contrarevolución’», Córdoba, 8-3-1971.
[2] «El ejemplo del 3 de marzo», No Transar, N° 98, 15-3-1971, p. 1. «Estrella roja sobre Córdoba», El Combatiente, N° 53, 3-1971, p. 3.
[3] «CGT respondió a Uriburu», Córdoba, 9-3-1971.
[4] Flores, Gregorio (2004). SITRAC-SITRAM. La lucha del Clasismo contra la Burocracia Sindical. Córdoba: Espartaco, p. 177.
[5] Schmucler, Héctor, et. al. (2014). El obrerismo de pasado y presente: Documento para un dossier no publicado sobre SiTraC-SiTraM. Córdoba: Eduvim, p. 174.
[6] Balvé, Beba, et. al. (1973, 2006). Lucha de calles, lucha de clases: elementos para su análisis. Córdoba 1971-1969. Buenos Aires: Ediciones RyR-CICSO, pp. 48-78.
[7] Ibidem, pp. 81-123.
[8] Brennan, James P. (1996). El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba 1955-1976. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p. 241.
[9] «Depredaciones, saqueo y pillaje luego del acto programado por la CGT local», Los Principios, 17-3-1971, p. 14.
[10] «Cordobazo, opus 2», Siete Días, N° 201, 3-1971, s/p.